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martes, 22 de febrero de 2011

Orbital

            Los jóvenes de hoy en día no saben lo fácil que la tienen. ¿Vas a tomar por asalto una estación espacial? Cúbrete de bacterias anaeróbicas para sellar tus poros ¿Una base submarina? 50 mililitros de algas simbióticas en los pulmones y podrás respirar agua. Todo lo que necesitas para ser un mercenario viene en un tubo, una botella o tres inyecciones, sin entrenamiento, sin sudor y sobre todo, sin efectos secundarios.
            Horrible, lo sé.
            En mis tiempos, las cosas eran distintas. Más complicadas, tal vez. Pero más valiosas. Eso es lo importante. Sólo lo que te cuesta, vale.
            Todos los mercenarios deberían saber esa lección. Las compañías la saben, por eso controlan el sistema. Los gobiernos la olvidaron, por eso no tienen ni un pedacito del paraíso. Por eso tienen que conformase con robar unos de otros áridas parcelas de suelo en África o en Colombia, mientras las compañías se reparten el cielo. Tal vez no lo recuerdes, los jóvenes de hoy en día no recuerdan nada. Pero hubo un tiempo en que sólo los gobiernos podían viajar al espacio. Pero se les olvidó lo mucho que les había costado lograrlo. Se volvieron complacientes. Suaves. Las compañías vieron su oportunidad. Tomaron la tecnología de los gobiernos, la desarrollaron, la perfeccionaron. Y un día, ellas también pudieron ir al espacio. Dinero para todos. Ya no más pensar en qué hacer cuando los metales se acaben, cuando el agua se agote. De repente, hubo ocho planetas para desperdiciar. ¿Y sabes qué? No había una sola bandera ondeando en ellos.
            Ese año fiscal, más de un contador tuvo un aneurisma de alegría, estoy seguro.
            Pero la felicidad no puede durar para siempre. Si el sistema solar es grande, la codicia de las compañías es más grande aún. Diez años después, no quedaba ni una sola roca sin derechos reservados. Entonces fue cuando empezó la diversión. Verás, no puedes cercar tu mitad de Mercurio y esperar que eso baste para ahuyentar a los curiosos. Necesitas botas en la arena. O en el hielo de metano, o en la ceniza congelada. Necesitas lo que toda la gente ha necesitado, desde el principio de los tiempos, para conservar su territorio, Hombres fuertemente armados. Miles de hombres fuertemente armados.
            Las compañías no los tenían, claro. Pero los gobiernos sí. Y de esa forma, comenzó la feria del empleo más grande en la historia.
            La cualidad más útil de la gente joven es que son fácilmente impresionables. Lo sé porque yo lo era.  Y también era un simple cabo en el ejército. Pero para las compañías...oh, para las compañías, yo era todo lo que necesitaban.
            Me enfundaron en una armadura de policarbonato, me dieron un rifle, seis granadas, tres horas de oxígeno y luego caída libre hacia Marte. Nada se compara a eso. Seiscientos kilómetros por hora, para entrar en combate sobre el Monte Olimpo. Luego la sangre que se cristaliza y cae como nieve roja. Y luego las naves de transporte que bajan por los sobrevivientes, un cheque, dos meses en la Tierra y de nuevo.
            Las compañías se hacen de ejércitos completos. De pronto, las órbitas están llenas de cruceros y cargueros y todas las rutas de transferencia están saturadas. Pero en el espacio, todo es cortesía y amistad. El combate entre naves es demasiado costoso, poco práctico. La acción está en la superficie. Y los balances lo apoyan. Es más barato perder un batallón o tres, que perder una sola nave de transporte.
            Conforme se expande el área de oportunidad, crece el mercado y crece la oferta. De pronto, el policarbonato es obsoleto. La moda es nanotitanio inteligente. Ya no hay rifles, ahora son pistolas magnéticas. Lásers. Cañones de partículas. Micromisiles. Luego, ya no queda un accesorio más que retacar de tecnología. Hay que pasar al individuo, directamente. Dobles corazones, por si uno es perforado. Cerebros distribuidos, para mejorar el procesamiento. Interfaces directas, hombre-arma. La mitad de lo que ganas se va de nuevo a tu cuerpo, a tu equipo. Y así, hasta que llegamos a las algas, a las bacterias, a los mercenarios instantáneos.
            Dicen que no puedes sostener este ritmo mucho tiempo. En algún momento tu cuerpo rechaza los implantes, tu cerebro ya no puede absorber más instrucciones de operación. Tal vez tengan razón. Yo, personalmente, ya no quiero tener que competir contra bacterias y simbiontes y todo eso. Mis miras están ahora un poco más arriba. Hay mercado suficiente para intentar ser ahora de los chicos grandes, los que contratan y pagan y mandan cómodamente.
            Tú eres joven.
            ¿No te interesa un trabajo?


Por Jorge Nájera

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